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Los Belenes del recuerdo


En la mañana de Navidad, la ciudad de Buenos Aires amanecía fatigada por el festejo de Nochebuena, y al cabo de un almuerzo tardío los porteños se dedicaban a visitar los Belenes de los templos primero, y los de las casas después. Lo mismo en el interior del país, la gente salía a visitar el pesebre de la iglesia y el de sus vecinos.

Yo cumplí con ese rito cuando chica, pues en la planta baja de mi edificio había unas ancianas señoras, hermanas solteras, que tenían un maravilloso Nacimiento digno de ser admirado. Abarcaba medio living, y las figuritas eran de porcelana.

Otro pesebre que recuerdo siempre es el de la gruta de Lourdes en Mar del Plata: un pueblo entero con luces y sombras, que se pone en movimiento al colocar una moneda. ¿Lo conocen? Era mi maravilla de la infancia, ver cómo se oscurecía el cielo, despuntaban las estrellas, bajaban los ángeles a adorar al Niño, y todo Belén se ponía en marcha para venerar el nacimiento.

Con cariño,

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