El secreto alemán guardado en el mar

SECRETO EN EL MAR
Mar del Sud, año de 1945
Los peñascos protegían la desolada costa como centinelas en el amanecer. Era por ellos que aquel paraje se llamaba “Rocas Negras”, un sitio al que los paisanos solían llevar sus rebaños para ramonear los pastos duros que brotaban tras los médanos. En esa hora suspendida entre la noche y el día, grande fue la sorpresa de Justino al ver que de la espuma emergían extraños bultos que las olas acercaban a la costa. Se frotó los ojos por si aún dormía, pero aquellas formas continuaban allí, cual peces salidos del abismo tras la borrasca. Permaneció por instinto agachado entre los pastizales. El viento levantaba ráfagas de arena que le picaban la piel.
A través de la neblina, Justino distinguió movimiento sobre los bultos que ahora se denunciaban como botes negros, tan negros como las peñas que los recibían.
Masticó una brizna de hierba mientras observaba a los hombres que, con el agua hasta su cintura, arrastraban los botes hacia la orilla. Sonaron voces por sobre el rugido del océano, palabras nunca escuchadas antes que rebotaban en los acantilados y llegaban a sus oídos amplificadas por el viento. Esos marineros, tan diferentes a los pescadores que él conocía… ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían?
Más lejos, donde el mar rompía con estrépito, un monstruo creaba marejadas insólitas, espantando a las gaviotas que revoloteaban en torno.
Justino se recostó sobre la arena para ver sin ser visto, pues ya los hombres se aventuraban en los médanos, a escasos metros. Rieron al ver las vacas, y uno hizo señal de carnearlas con un cuchillo que extrajo del cinturón. Se empujaron entre ellos, bromeando, felices de haber sobrevivido al naufragio, según pensó entonces Justino, que intentaba dar sentido a todo aquello. A fuerza de jalar, lograron sacar los botes del agua y uniendo fuerzas, los cargaron sobre sus hombros para llevarlos quién sabía adónde. Parecían animarse cantando, pero el viento se llevaba los cánticos en remolinos de agua y arena. Justino esperó a que desapareciese el último y aguardó un buen rato, por si de las olas surgía alguna otra sorpresa, hasta que el sol calentó su cabeza y entendió que estaba en soledad absoluta. Más seguro, recorrió la zona atisbando huellas y su pie desnudo tropezó con un objeto cortante. Lanzó un aullido y maldijo al ver la sangre que manaba de su dedo. Buscó el consuelo del agua helada y al volver, el sol le reveló en un destello un cuchillo de alpaca con una figura de oso labrada en el mango. La hoja ostentaba una sola palabra: Krupp.
-¡Guau!…-exclamó el muchacho, admirado de la belleza del arma.
La enarboló y se pavoneó un poco. Imitó las voces de los hombres venidos del mar y descubrió de pronto que era el poseedor de un secreto. Aquellos marineros llegados a ese sitio dejado de la mano de Dios parecían saber adónde se dirigían. Reparó en la traza del camino seguido y supo que conducía a la estancia del alemán. En aquella tierra despojada cada casa era un puntal, un hito en la arena. Tal vez no fuesen náufragos, quizá estuviesen invitados a la estancia. ¿Y por qué no había acudido el anfitrión a recibir a sus huéspedes? Allí había un enigma que el entendimiento de Justino no alcanzaba a descifrar. Aquellos hombres escupidos por el monstruo que el mar se había tragado pretendían pasar desapercibidos, y el único testigo del desembarco era él.
Justino se irguió, entre orgulloso y asustado.
Algún día, su secreto lo haría famoso. GLORIA V. CASAÑAS
(Nota de la autora: en Mar del Sud, agreste balneario de la costa bonaerense, circula la leyenda de un submarino alemán que al terminar la Segunda Guerra Mundial desembarcó a sus tripulantes en la costa desierta, antes de capitular en el puerto de Mar del Plata, el 10 de julio de 1945. El investigador local Laureano Clavero así lo asevera, basado en relatos de los pobladores y el hallazgo de un cuchillo en la arena).
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