Al "Perro" se la tenían jurada

Ramón Falcón Fuente: Archivo
Es el primero en saberlo: hay una bomba para él, se la tienen jurada. Así y todo, desafía a la muerte y campea su coraje por las calles de una Buenos Aires violenta que recibe al siglo con huelgas, atentados y tumultos callejeros. En el revoltijo, todo puede pasar. Y "el Perro", como llaman sus enemigos al coronel Ramón Falcón, no duda en morder si hace falta. Se ganó a pulso la fama de malo que lo llevó a ser el jefe de policía de la Capital Federal.
El "ruso" Radowitzky rumia ese sentimiento mientras aguarda al resto de los anarquistas en la plaza Lorea. Es 1º de mayo, flamean las banderas rojas y se multiplican los gritos en el aire frío del mediodía: ¡Mueran los burgueses! Hombres toscos o espigados, rubios o morenos, bigotudos con pañuelo al cuello o sombrero compadrito, la multitud es variopinta, casi todos extranjeros. Una columna enfila por la calle Entre Ríos y se oye ruido de cristales rotos. Cunde la indignación ante los comerciantes que no se plegaron al asueto. De pronto, la sirena de un coche de policía corta el estrépito. ¡Es él! ¡El Perro! Hay garrote, detenidos, heridos, y hasta muertos. Es inevitable el paro general. Quieren que el Perro renuncie.
Pasan los meses, sin embargo, y Ramón Falcón continúa tras las pistas de los más peligrosos. Sabe que cuenta con el respaldo del presidente Figueroa Alcorta.
La noche sorprende al coronel leyendo dos cartas anónimas que presagian su muerte. Bromea sobre "la famosa bomba que me tienen asignada", pero eso no impide que el frío corra por su espalda. Cualquier día puede ser el último.
Esa mañana, Ramón Falcón y su ayudante Lartigau salen por la avenida Quintana en un milord encapotado. Al llegar a Callao, en medio de la concurrida esquina, un sujeto se planta delante para arrojar un paquete sobre el coche del coronel. El estampido, el pánico, los gritos y las corridas, sólo pueden vaticinar desgracia. Falcón mira casi sin ver a la multitud que segundos antes lo saludaba al paso, y piensa: "ésta era la que me tenían jurada".
-¿Quién ha sido? -se escucha por doquier.
Simón Radowitzky intenta huir, pero lo capturan. Tiene un as en la manga: es menor de edad, salvará su vida. Mientras lo conducen a empujones entre policías, curiosos, gente que lo insulta y otra que lo aplaude, echa una mirada hacia el coche destrozado y siente un extraño alivio.
A él le había tocado acallar al Perro.
(Nota de la autora: el coronel Ramón L. Falcón falleció a raíz de las heridas que le produjo el atentado del 14 de noviembre de 1909, lo mismo que su ayudante. El suceso determinó el estado de sitio y la estrictez en la aplicación de la Ley de Residencia, así como el repudio de los socialistas que habían compartido ideales con los grupos anarquistas en cierto momento)

Simón Radowitzky, quien asesinó en 1909 a Ramón Falcón Fuente: Archivo
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